miércoles, 11 de marzo de 2009

Infiltración

No diré que soy un trespasser, porque no me considero como tal, pero reconozco que me he infiltrado en algunos (pocos) sitios abandonados que bien puedo definir como poco recomendables. Generalmente acompañado, pero en alguna ocasión no he podido evitar hacerlo solo (ya sabéis, hay que aprovechar la oportunidad cuando se presenta), cosa de la cual me gustaría disuadiros: Sólo hace falta un hecho fortuíto y desafortunado como para que no le puedas contar tu pequeña aventura a tus amig@s. Así que después del necesario "No hagáis nada de lo que os voy a contar en vuestras casas"...
La infiltración tiene mucho de irracional, quizás por éso la considero tan fascinante. En su práctica pueden cursar muchos y variados factores en función de cada persona (interés histórico, reivindicativo, estético, vandálico, etc) pero uno de los principales, a mi modo de ver las cosas, es el chute de adrenalina derivado de la incertidumbre acerca de qué es lo que te vas a encontrar en esa ruina. Porque siempre encuentras cosas.
Y tras este preámbulo:

Hace varios años trabajaba en el edificio de La Misericordia de Palma, donde estaba emplazado el servicio de patrimonio del Consell. Cuando no hacíamos trabajo de campo los distintos equipos residíamos allí, en las oficinas de la segunda planta. La Misericordia tenía dos plantas más, cuyo acceso se hallaba vetado por una cadena al pie de las escaleras que conducían a la tercera planta. Cada día que pasaba por delante de la cadena deseaba saltarla. Y lo hice la semana en que me venció el contrato.
El edificio estaba en un estado lastimero, con parte de su estructura apuntalada. El típico sitio en el que has de ir con ojo y apresurarte.
Mis recuerdos están borrosos y no sabría deciros si recorrí la tercera o la cuarta planta (diría que fue la primera). La planta en cuestión era una sucesión de diversas estancias en completo abandono, entre las cuales se contaban un escenario de teatro, unos vestidores y unos trasteros. Una vez cerrados los ojos podías acostumbrarte a la penumbra del lugar y avanzar sin muchos problemas sorteando muebles y trastos distribuídos casi sin orden ni concierto. A medida que pasaba de una habitación a otra éstas se iban haciendo más pequeñas. En un momento dado oí un estrépito al fondo que pronto identifiqué como palomas que habían anidado allí. Pero lo que más me desconcertó fue un cuartucho con apenas mobiliario, entre el cual destacaba un desvencijado armario en el que alguien se había entretenido en colgar recortes de revistas, la mayor parte de ellos fotografías y algún que otro recorte de prensa. La estética predominante en aquellas instantáneas era la de los años 70 y 80, si bien también había material más reciente. Y junto al armario, un colchón, unas mantas, una sábana. Y junto al colchón, una escudilla con restos de comida, un par de libros, varias revistas y una linterna.
Salí de allí, no sin antes sobresaltarme por un maniquí de madera en el que no había reparado previamente.



Meses después me encontré a un conocido que continuaba trabajando allí. Ante el relato de mi pequeña exploración me habló de Joan. O Sant Joan, que era como le conocía la gente.
Era un indigente que pasaba parte de su tiempo en los jardines de la Misericordia. Un pobre diablo para muchos, sí, aunque mi conocido afirmaba haber descubierto en aquel a un humanista cultivado, afable y amante de una buena conversación, aunque venido a menos por una serie de desafortunados embates del destino y que poco a poco le habían ido privando de su cordura. Y es que su apodo no era gratuíto, pues afirmaba ser descendiente del mismísimo apóstol, supuesto parentesco que Joan defendía exhibiendo unos amplios conocimientos sobre Historia sacra y hagiografía que no dudaba en compartir con quien tuviera la paciencia de escuchar sus elucubraciones.
Por otro lado, Joan sentía una especial fascinación por el fin de los tiempos (como no podía ser de otra manera con ese mote que él mismo se había adjudicado): Nuestro mundo estaba condenado a la destrucción; el cómo variaba de año en año. Por su boca tan pronto pasaban oscuras interpretaciones de las ya de por sí crípticas palabras de Nostradamus como teorías de índole científica de completa actualidad.
Pero su obsesión apocalíptica resultaba inofensiva en comparación con un par de hechos que Joan protagonizó en su momento y que le granjearon mala fama entre algunos de los "parroquianos" de los jardines. En ambas ocasiones éste espantó a sus incautos y sobre todo pacientes interlocutores, revelándoles la fecha y la forma en que iban a morir. Afirmaba que lo suyo "no era malaje", sino simple y llana curiosidad de base por la manera natural en que las cosas tienden a la entropía, condicione sine qua non no podría haber accedido al supuesto método que usaba para descubrir tan funesta información y que había adquirido de la simple y constante observación de las hojas de los árboles de dichos jardines.

Todo ésto porque mi conocido recordaba haber visto a Joan en las escaleras que comunicaban la primera con la segunda planta de la Misericordia. Entonces se le ocurrió que el hombre habría burlado al guarda de seguridad de la biblioteca y que debía haberse perdido en la presunta e imaginada búsqueda de un baño, ya que por la fecha en que se lo encontró coincidió que los baños públicos situados en los jardines habían sido cerrados por obras de mantenimiento. Sin embargo no sería muy descabellado pensar que Joan habría encontrado la forma de acceder al ala abandonada y desprovista de vigilancia por la que unos meses antes yo me había dado una vuelta.
Quién sabe?... Quizás llevaba meses viviendo allí, a salvo de miradas indiscretas, en la soledad de aquellos pasillos de los que me entero ahora, buscando fotos, tantas historias de fantasmas se cuentan.

Lo cual a su vez ayudaría a explicar la historia que una vez le contó a mi conocido. Historia sobre un pasadizo subterráneo que comunicaba los edificios cercanos de frailes y monjas. Un pasadizo que no sólo servía para que los enamorados dieran rienda suelta a los placeres de la carne que el oficio religioso les vetaba, sino también para ocultar los frutos de ese amor prohibido, cuyos despojos el propio "Sant Joan" aseguraba haber visto con sus propios ojos, a la luz de una linterna.

Fotografía: Telchar; extraída del blog La Forja del Enano.

2 comentarios:

  1. Beuno, creo que cada vez que pase por "la Misericordia" ya no la miraré de la mismas manera, sabiendo que encierra ese misterio en el interior...
    Quizás algún día debería escribir sobre los huesos encontrados cuando hicieron la reforma del "Gran Hotel"...
    :)

    ResponderEliminar
  2. Creo que la Misericordia esconde más de un secreto en su seno... (por favor que alguien ponga la intro de La Dimensión Desconocida)

    ResponderEliminar